04 d’abril 2008

las tractomulas de la linea

Para ir de Bogotá a Cali por tierra uno suele cruzar la línea, que no es más que la cresta de una de tantas cordilleras que recorren Colombia. Las cordilleras siempre fueron paredes que salen de la tierra para separar a los colombianos. Y estos no las cruzan por unirse sino por llevarle la contraria a la tierra, por piliones, esto es parte de su idiosincrasia.
La línea es el cordón umbilical que une la capital con la placenta del mercado asiático. Está habitada por niños en las curvas, campesinos con mulas en las cunetas y mujeres que venden comida donde quepa un cambuche. Está transitada por carros, motos, buses, busetas, taxis y por tractomulas. Estas últimas son las reinas de la línea.
Uno llega a la línea arrastrando el calor de las tierras bajas, la humedad y las carreteras rectas. Entonces empiezas a notar una leve caída de fuerza en el motor y a tener más curvas de las normales. El vapor empaña los cristales y empiezas a oler la humedad fresca de la montaña. El motor sigue perdiendo fuerza, pero no importa porque el verde va cambiando y deseas ir más despacio para disfrutar mejor los hachazos que pulieron las montañas. La camiseta de manga corta ya no te sirve para el frío y entonces es cuando echas mano de la chaquetilla que te cubría del amanecer en Bogotá.
No estamos solos en la línea, a parte de sus habitantes perennes estamos los caducos. Las motos se cuelan por la derecha, entran y salen del refugio que da el gigante de enfrente y rebasan en las curvas a esas moles que giran tímidamente. Siempre hay sitio para ellas donde refugiarse, pegaditas a la derecha, por la cuneta, entre dos. Siempre pasan. No así los carros, aunque muchos se lo crean, no caben. Les toca apurar el imaginario eje para, en un resquicio, salir rápido, emocionados como niños por poder pasar al de enfrente, por haber rebasado una barrera más que los separa de las rectas que les esperan abajo cual vírgenes del paraíso musulmán. Los peores son las busetas. Son como adolescentes; con la inocencia de un crío y la fortaleza de un hombre, la temeridad de la inexperiencia. Creen ser rápidas y no lo son, imponen sus dimensiones y sus pasajeros a aquel que ose desafiarlas. Son rabiosas para cruzarse sin motivo en la calzada, son egoístas para retener a los de atrás a su antojo sin dar oportunidad a nadie. Ellas vencen siempre. O casi siempre.
Pero como decía, las reinas son las tractomulas. Su propio nombre ya lo expresa: son mulas de tracción, mulas al fin y al cabo. Divididas en tractor y remolque, en cabeza y cuerpo. Son las únicas que no llevan prisa. Imponen los tiempos porque de subida o bajada, cargadas o vacías van a la misma velocidad. Son las únicas que hacen detenerse a una buseta, no porque ellas impongan su fuerza sino porque creen las busetas que ese dragón las sacará del camino de un coletazo. Con parsimonia se toman toda la curva y la gente espera paciente sabedora de que hay tiempos que hay que respetar. Nadie les exige ni les pita, en esta tierra donde toca lucharse cada centímetro cuadrado, se acepta esa gran mole y su parsimonia como quien acepta el ritmo de la naturaleza como invariable.
Yendo de Bogotá a Cali, vi a algunas tractomulas que habían perdido toda su fuerza, pegadas a la cuneta cansadas. Tenían la cabina inclinada hacia delante mostrando sus vísceras humeantes como las bestias que tras haber luchado con una fuerza descomunal durante toda su vida, saben que lo único inevitable es la muerte.



1 comentari:

Anònim ha dit...

por esto fue la pregunta que me hiciste? Cuál es la dierencia entre mulas y camiones? te pillé!