Hoy me rompieron la luz trasera de la bici. Sé quién ha sido. El scheiss kind de siempre. Ahora le dió por jugar al fútbol con el enano rubio, el del papá con melena de macarra, músculos de macarra, coche de macarra y con un vecino, yo, que no quiere vérselas con un macarra.
Desde hace tiempo veía venir la tragedia. No hay nada bueno en dos niños con un balón bien hinchado. Sólo la impericia de sus actos puede salvar el mobiliario urbano y demás trastos que pululan por las calles de sus balonazos llenos de maldad. Pero con prática y tiempo suficientes nada los salvará.
Cuando intenté aparcar la bici en mi resguardado sitio y, al no poder, la dejé tan a la intemperie, un escalofrío me recorrió el cuerpo, y mi ignorancia no entendió el aviso. Podría haberla quitado por la mañana, pero otra vez más fallé. Por la noche ya era demasiado tarde.
Si vi todas estas advertencias no fue por un don adivinatorio que mi mente ignoró, sino por experiencia, porque yo he roto más luces, retrovisores y farolas de las que esos enanos puedan imaginar. Yo fui peor que ellos, y no sé hasta qué punto les dominará la maldad, pero dudo que lleguen a hacer cerdadas como aquellas de las que fui autor. Las peores fueron con el cómplice e instigador de mi primo.
Así, que esta mañana, al ver los plastiquitos rojos de la luz trasera de mi bici desangrados por el suelo, no pude evitar la mueca de complicidad y seguir hacia el trabajo, mientras pensaba que es barato el precio que estoy pagando por lo que aprendí en mi juventud.
PS: Para saber más de maldades grandiosas os recomiendo esta.
Desde hace tiempo veía venir la tragedia. No hay nada bueno en dos niños con un balón bien hinchado. Sólo la impericia de sus actos puede salvar el mobiliario urbano y demás trastos que pululan por las calles de sus balonazos llenos de maldad. Pero con prática y tiempo suficientes nada los salvará.
Cuando intenté aparcar la bici en mi resguardado sitio y, al no poder, la dejé tan a la intemperie, un escalofrío me recorrió el cuerpo, y mi ignorancia no entendió el aviso. Podría haberla quitado por la mañana, pero otra vez más fallé. Por la noche ya era demasiado tarde.
Si vi todas estas advertencias no fue por un don adivinatorio que mi mente ignoró, sino por experiencia, porque yo he roto más luces, retrovisores y farolas de las que esos enanos puedan imaginar. Yo fui peor que ellos, y no sé hasta qué punto les dominará la maldad, pero dudo que lleguen a hacer cerdadas como aquellas de las que fui autor. Las peores fueron con el cómplice e instigador de mi primo.
Así, que esta mañana, al ver los plastiquitos rojos de la luz trasera de mi bici desangrados por el suelo, no pude evitar la mueca de complicidad y seguir hacia el trabajo, mientras pensaba que es barato el precio que estoy pagando por lo que aprendí en mi juventud.
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