03 de febrer 2008

sobre la 7a

En la séptima todavía había contraflujo y se oía menos motores que de costumbre. Corriente, colectivo y ejecutivo, todos igual de incómodos con sus asientos para enanos y su conducción temeraria, sin diferenciarse más que por los 100 pesos. Esos motores y la caja registradora eran el ruido de fondo. La imagen era la de mi pulgar sobre su índice comparando el mate de mi uña descuidada con el brillo de la suya esmaltada. Sobre la mesa un té de frutas tropicales y un jugo. Apoyados en ella dos personas hablando sin escucharse porque saben qué dirá el uno del otro, saben a dónde se dirigen.

Por eso no gastamos mucho tiempo hablando, nos dedicamos a esperar el momento de salir, callados y temerosos, al futuro, sin ganas de asomarse a la realidad de mirarse sin verse, deseando que fuera un capítulo más de una serie cómica. Ese capítulo donde se ponen serios los guionistas y los personajes no cuentan más chistes sino penas que le dan la vuelta al argumento, rompiendo la realidad que habían formado, sobre la que giraba cada mueca, cada escena, cada risa. Deseaba que el director dijera "corten" y se terminara el capítulo. Y salidrían los títulos sin la típica música del final, con un silencio, letras blancas sobre fondo negro, esperando como espectador el letrero de "continuará". Sabiendo como coprotagonista, codirector y coguionista que esas palabras las escribe uno mismo con sus manos.